Genética, la herencia de sus aportadores: antes de Mendel

En la foto: desde los tiempos de Aristóteles ya se tenía una idea del como se regía el mecanismo de la herencia y, aunque no fueron tan acertadas, en definitiva, marcaron un inicio en esta disciplina llamada Genética.

Desde el comienzo, la variación, la herencia y la evolución han sido leyes absolutas en todo ser vivo existente. Cuando se llega a situaciones como las actuales en las que se realizan cruzas controladas para obtener razas puras (o lo más puras posibles), se pueden suscitar algunas condiciones que comprometan el linaje al que se esté sometiendo. Para entender mejor estas palabras, voy a poner como ejemplo evidente al mismo Homo sapiens, una especie que, al ser racional, puede colocarse a sí mismo en razas únicas para conservar ciertos rasgos físicos que considere ideales y mantenerse así por muchas generaciones, entonces… ¿Qué sucede? Después de un tiempo, estos rasgos se asientan haciendo que se pierda la variabilidad y se desaten algunas condiciones que afectan a los individuos de las siguientes generaciones muy severamente. Claro que, la selección no se limita al ser humano, sino que también desde la época del hombre sedentario se practicaban dichas selecciones artificiales en plantas y animales.

Los grandes pensadores antes de la Genética

Aunque era evidente la transmisión de caracteres de una generación a otra, los antiguos pensadores no tenían del todo claro cómo es que este mecanismo se encontraba regulado. Entonces se dieron grandes interrogantes del ¿Cómo se transmitían esos caracteres? y del ¿Cómo se originaba un nuevo ser vivo? A continuación destacaremos las aportaciones realizadas por algunos de ellos (Figura 1).

Fig. 1. Aristóteles, William Harvey, Regnier de Graaf y Pierre Louis Moreau de Maupertuis.

Aristóteles, Filosofo y Científico

Pues bien, desde los tiempos de Aristóteles (384 a. C. – 322 a.C.) se creía que el semen del varón se originaba de la sangre y tenía la capacidad de dar vida al embrión que también se creía, era formado en el útero por coagulación de la sangre menstrual, este mecanismo llamado Teoría del esencialismo explicaba que todas las especies tenían una esencia.

Fin del esencialismo: William Harvey

Un buen día William Harvey, médico y fisiólogo inglés (1578 – 1657) demostró con una cierva sacrificada que en diversos momentos después del apareamiento no tenía signo alguno de coagulación de la sangre menstrual, lo que tenía era un pequeño embrión que poco a poco aumentaba de tamaño y complejidad durante todo el periodo de gestación. Gracias a estos experimentos se postuló la teoría de la epigénesis. Más tarde gracias a la aportación de Regnier de Graaf, médico y anatomista (1641 – 1673) reconoció que la base de la concepción está en la unión del espermatozoide con el óvulo. De igual manera descubrió pequeñas protuberancias en los ovarios de las hembras de mamíferos. Estas protuberancias que ahora llevan su nombre «Folículos de De Graaf», contienen el óvulo no fecundado.

Aquel que se adelantó a su época: Pierre Louis Moreau de Maupertuis

Un naturalista con ideas muy avanzadas para su época, estudió algunos rasgos característicos del ser humano, como los dedos supernumerarios (polidactilia) y la falta de pigmentación en el cabello y la piel (albinismo) y, por medio de estudios de árboles genealógicos (pedigrí) demostró que estas dos alteraciones se heredaban de forma distinta.

Pierre Loui Moreau de Maupertuis (1698 – 1759) creía que ambos progenitores contribuían por igual a la constitución somática de su prole, además, propuso que habían «partículas hereditarias», y cada una de ellas estaba destinada a formar una zona particular del cuerpo y que, cada una estaba formada por la unión de dos «partículas», una de origen materno y la otra de origen paterno. Una partícula podría predominar sobre la otra de tal forma que el hijo se pareciera más a un progenitor que a otro.

Un pilar en la microbiología: Anton Van Leewenhoek

No hay que pasar por alto a un personaje que influyó mucho en esta disciplina pero que, además, fue el primer pilar en la disciplina de la microbiología, Anton Van Leewenhoek (1632 – 1723), gracias a la construcción de sus propios microscopios pudo adelantarse en el mundo de lo pequeño, pero además pudo observar a los espermatozoides o llamados también «homúnculus» por los pensadores preformistas. Al igual que él, hubo otros personajes que consolidaron a la microbiología al punto de volverla parte indispensable de la vida cotidiana (Ver la nota: Microbiología: un breve antecedente).

La polémica de una aportación en la evolución: Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, Caballero de Lamarck

Si de polémica se trata, no hay que olvidarnos de Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero de Lamarck (1744 – 1829), personaje que propuso la famosa y controvertida Teoría de la Evolución Orgánica, teoría que suponía la animación de los seres vivos por una fuerza innata y misteriosa. Con esto se aceptaba que las adaptaciones al ambiente se fijaban y se heredaban a las siguientes generaciones, esto se encontraba fundamentado en una ley de «uso y de no uso» en el que se explicaba que un organismo por necesidad adquiría ciertos caracteres, pero que en el momento en el que dejara de usar esos caracteres, no solo los perdía, sino también, no lo heredaba a su progenie.

Si bien su teoría fue desacreditada, no dejó de ser una gran aportación… ¿por qué? El simple hecho de plantear una teoría da pie a que tal sea puesta sobre la mesa para su discusión, experimentación y aprobación, o bien, a un replanteamiento. Es un hecho (a mi punto de vista) que, de no haber sugerido una propuesta, no se hubiera llegado tan lejos en tal explicación del concepto de herencia y evolución como tal. Un ejemplo de perseverancia y de un análisis exhaustivo, meticuloso e incluso elegante es el padre de la genética, mejor conocido como Johann Mendel.

Referencias y recomendaciones

Griffiths, A. J. F; Elias, M. A. 2002. Genética. 3era edición. Mc Graw Hill Interamericana. 847 p.

E. H. Emery, Alan. 1978. Genética Médica. 4ta edición. Interamericana. 232 p.

Ville, C. A. 1988. Biología. 7ma edición. Mc Graw Hill. 875 p.

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